Erradicar la Pobreza

Naciones Unidas define como pobreza absoluta o extrema la situación de las personas que viven con menos de 1.25 dólares diarios. En los países desarrollados se considera que una persona es pobre cuando vive con menos de 15 dólares diarios. Podríamos llamar a esta segunda pobreza relativa o pobreza social, en el sentido de que si bien la persona tiene una renta que en muchos países sería muy razonable, en el entorno social en el que se encuentra, su situación se puede definir como pobre. En este artículo me voy a ocupar de la primera, es decir, de la pobreza absoluta o extrema.

En el año 2000, un tercio de la humanidad (algo más de dos mil millones de personas) vivía en pobreza extrema. De hecho, N.U. marcó como su primer objetivo del milenio el disminuir, en quince años, esa cifra a la mitad. En el año 2010 se había conseguido el objetivo y aproximadamente mil millones de personas habían salido de la situación. Naciones Unidas se ha marcado el objetivo de reducir la pobreza de otros mil millones de personas antes del año 2025.

Las causas que produjeron la mejora de los diez primeros años del milenio fueron dos. El crecimiento económico mundial fue responsable de dos tercios de la mejora y las políticas o acciones redistributivas de otro tercio. 

La primera conclusión, por lo tanto, es que si queremos reducir la pobreza el factor más importante es el crecimiento. Desde ese punto de vista la globalización y el crecimiento consecuente de las años 2000/2010, tan criticados últimamente, han sido decisivos para conseguir ese objetivo. Es cierto que los países desarrollados se han hecho, en general, más desiguales. Pero también lo es que el mundo en su conjunto se ha hecho más igualitario y que mil millones de personas han salido de una situación desesperada.

Un hecho fundamental es que esa mejora se ha producido básicamente en los países asiáticos, sobre todo en India y China. África ha tenido una mejora marginal. Parece que los países con una estructura institucional más desarrollada crecen más rápidamente y aprovechan mejor el crecimiento que los llamados Estados fallidos. 

Parece igualmente claro que la mejor ayuda para mejorar la pobreza, dado que hay que crecer, son las políticas económicas adecuadas por parte del mundo desarrollado, la más importante de las cuales es sin duda la liberalización comercial. Es paradójico que la U.E. mantenga aranceles agrícolas a los productos africanos y luego mostremos gran preocupación por la superación de la pobreza.

En lo que se refiere a políticas o ayudas redistributivas, hay dos conclusiones generales. La primera es que no pueden ser medidas que frenen el crecimiento. Los impuestos o aranceles que recaudan ingresos para la redistribución no puede hacerlo frenando el crecimiento. En segundo lugar, las ayudas que se generan en los países desarrollados y que van a países con altos índices de pobreza no pueden ser contrarias al desarrollo económico del país. El ejemplo típico de este segundo caso es el envío de alimentos a países en dificultades, lo que baja el precio de los productos agrícolas en el país y hace que los agricultores tengan que abandonar la producción de alimentos que no sea para autoconsumo, lo que disminuye el crecimiento y hace al país permanentemente dependiente.

La ayuda para combatir la pobreza tiene unos efectos positivos para los países desarrollados, porque el donar es siempre bueno para el que dona, pero hay que conseguir que también sea bueno para los beneficiarios potenciales (que viven con menos de 1.25 dólares diarios). Para ello propongo algunas recomendaciones, todas ellas centradas en el concepto de ayuda efectiva. El gran problema de la ayuda humanitaria no es la malversación sino la ineficacia. No debemos obsesionarnos porque nuestras donaciones sean indebidamente apropiadas, sino porque no alcancen niveles de eficiencia adecuados. 

Las ONG no trabajan en el entorno de mercado, donde la competencia es el motor de la eficiencia, se mueven en un entorno poco competitivo donde las presiones para ser eficaces son más débiles. Es por tanto necesario generar mecanismos de mejora de gestión que hagan el papel de la competencia en el sector privado.

En primer lugar, y más importante, tenemos la responsabilidad del donante. Su acción no se acaba con la donación, tiene que tener otras dos características: la donación debe ser informada, es decir, existe un mínimo de inversión en tiempo para decidir a quién y cuándo donar. Por ejemplo, no siempre las emergencias son el mejor momento para hacerlo dado que es cuando todo el mundo dona y dado que la capacidad de gestión de las organizaciones de ayuda es limitada. Por otra parte, la donación debe seguirse, es decir, el donante debe pedir información (cuentas) a la ONG sobre cómo ha empleado su dinero y que impacto ha tenido. Ese seguimiento es crucial para que la ONG mejore su gestión. Es importante que esa presión venga de toda la sociedad (donantes particulares y empresas) y no sólo del sector público. Por esa razón es muy importante que las ONG tengan una proporción relevante de donaciones que provengan del sector privado sean individuos o empresas.

En segundo lugar, las ONG deben ser transparentes, es decir, deben mostrarse a las críticas de la sociedad para que ésta elija a las más eficaces y eso produzca una mejora del funcionamiento que beneficie a los receptores de las ayudas. Esa transparencia no debe referirse únicamente a la “honradez” de la organización, que en su gran mayoría se cumple, sino al aprovechamiento eficaz de los recursos que los donantes le han entregado.

Debemos abandonar la idea de que si trabajamos para ayudar a los demás, hemos cumplido. Las buenas intenciones pueden ser suficientes a nivel individual, pero no lo son a nivel institucional. Los integrantes de una ong no solo deben o pueden tener buenas intenciones, tienen la obligación de gestionar los recursos que la sociedad les pone en su mano de una manera eficaz. En otro caso, su labor será buena para ellos, pero es negativa socialmente y puede serlo para los potenciales receptores de las ayudas.

Las ayudas deben tener continuidad. Es mejor ser prudente y asegurar un programa de ayuda limitado, pero que permanezca hasta alcanzar sus objetivos, que iniciar programas ambiciosos que quedan en vía muerta por falta de fondos. Es altamente probable que la construcción de un ambulatorio, en un lugar necesitado, que hay que abandonar por falta de fondos a los seis meses, sea negativa para la población. Estarían mejor si no hubiéramos hecho nada.

Por último, si queremos ser eficaces con la ayuda, hagámoslo en países con un mínimo de estructura institucional. Si queremos ayudar a un país desestructurado, lo mejor que podemos hacer en muchos casos es ayudar a que se estructure. 

La erradicación de la pobreza se basa en el crecimiento económico. La ayuda de los países desarrollados juega un papel y es importante para nosotros porque es nuestra acción solidaria directa. Para que sea útil tiene que ser eficaz y eso depende tanto de la responsabilidad de los donantes como de las personas que trabajan en las ONGs.